En 1981, justo antes de la entrada de Grecia en la entonces CEE, Irlanda era el país más pobre de la Europa de los Doce, y el tercero más atrasado cuando en 1986 se firma la Unión Europea con España y Portugal como nuevos miembros, dado que nuestro país superaba entonces a Irlanda, Portugal y Grecia, que se colocaban, por este orden, a la cola de los Quince. Irlanda es hoy el segundo país más rico en renta per capita de la Unión Europea después de Luxemburgo ya que acaba de superar a Dinamarca.En efecto, según los datos de Eurostat, la oficina estadística de la Comisión Europea, Irlanda tenía en 2002 el 119,0 por ciento de la renta media de la UE en paridad de poder adquisitivo, mientras que Dinamarca se ha quedado en el 113,8 por ciento y, de cumplirse las previsiones de crecimiento, esta ventaja se puede ensanchar. Mientras que Dinamarca sufre una considerable desaceleración como casi todos los países europeos –creció un 1,6 por ciento en 2002 y 1,2 el año anterior–, el PIB irlandés aumentó 5,2 y 3,8 por ciento en los dos últimos años y se prevé que alcance el 4,8 por ciento en el presente ejercicio, con una tasa de desempleo del 3,8 por ciento, una de las más bajas de la UE, aunque padece la inflación más elevada de la Europa del euro, el 3,3 por ciento el pasado año. A pesar de ello, no solamente está evitando una desaceleración cercana a la recesión que afecta a casi todas las economías avanzadas, sino que mantiene tasas de crecimiento espectaculares, por encima del 6 por ciento durante toda la década pasada y mayores incluso en el segundo lustro.A la hora de buscar explicaciones de este asombroso desarrollo del llamado Tigre Celta, parece claro que es el resultado de una combinación de medidas liberalizadoras tomadas a finales de los ochenta. Se desregularon muchos mercados y se abrieron las fronteras a los capitales extranjeros, al comercio y a la mano de obra de tal manera que Irlanda es hoy una de las economías más libres y abiertas del mundo; la quinta, según el estudio que realizan The Heritage Foundation y el Wall Street Journal, y la séptima si atendemos al Informe sobre Libertad Económica en el Mundo que patrocina Milton Friedman.Esta apertura ha convertido a Irlanda en un centro de atracción de empresas extranjeras debido a que disfruta de una moderada carga impositiva, lo que ha incentivado la ubicación de compañías extranjeras, especialmente estadounidenses y las relacionadas con la alta tecnología y la industria informática, ya que cuenta además con un avanzado sistema de telecomunicaciones. Todo ello hace que cuente con un saldo neto de inversiones extranjeras directas de unos 4.000 millones de dólares y que tenga a Estados Unidos y el Reino Unido como principales socios comerciales. También Irlanda representa un atractivo para una población inmigrante que, al ser la mitad de ella de origen irlandés, regresa con una envidiable formación y ayuda a paliar su crónico problema demográfico.Pero existe un aspecto de la exitosa política económica irlandesa que debe ser especialmente destacado, ya que pueden servir como ejemplo para nuestro país. Se trata de su política presupuestaria, tal vez el más decisivo condicionante de este espectacular desarrollo. Como casi todos los países europeos, Irlanda vivió durante los sesenta y setenta una alocada política de expansión del gasto público que arrojó continuos déficit y que llegó a acumular una deuda del 127 por ciento del PIB. En un primer momento, en los años ochenta, este abultado desequilibrio se corrigió con un aumento de los ingresos, pero desde 1987 la política fiscal se ha centrado sobre todo en frenar el gasto, representando en 2001 el 30,6 por ciento del PIB, seguramente el más bajo de Europa.Recordemos que España ha conseguido, gracias a un costoso ajuste, equilibrar el presupuesto; pero lo ha hecho incremento los ingresos mediante una reducción de impuestos que ha logrado incentivar la actividad económica –curva de Laffer–, sin tocar apenas el gasto. Esto es precisamente lo que nos separa del modelo irlandés y lo que también hace que el Tigre Celta se haya situado en una senda de prosperidad casi inalcanzable.
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