El 27 de marzo de 1977 la mala suerte se cebó con los ocupantes de sendos Boeing-747 de las compañías KLM (Holanda) y Pan Am (EEUU).
Ese día, ninguno de los dos debería haber estado en Tenerife. Los 373 pasajeros del avión americano y los 234 del holandés tenían como lugar de destino el vecino aeropuerto de Gran Canaria. Sin embargo, la explosión de una bomba en ese aeródromo y el anuncio de una segunda deflagración obligaron a las autoridades aéreas a desviar los vuelos al aeropuerto de Los Rodeos.
En Tenerife llovía, la visibilidad era escasa. No obstante, los aterrizajes y despegues se desarrollaban con normalidad hasta que, como consecuencia de la llegada de los vuelos desviados, pronto se saturaron las zonas de aparcamiento y los aviones tuvieron que ser aparcados en las calles de rodadura.
Fue eso lo que sucedió con los dos 'Jumbos' siniestrados. Con los accesos a la zona de despegue bloqueados por otras aeronaves, se vieron obligados a utilizar la pista principal para ubicarse en la posición idónea para el despegue una vez que el tráfico con Gran Canaria fue restablecido.
Esta circunstancia, sin ser del todo irregular, resultó determinante para que se produjera el accidente. Con baja visibilidad a causa de la bruma, ni las tripulaciones de los dos aviones ni los controladores aéreos pudieron confirmar a tiempo que uno de los dos había comenzado su carrera de despegue mientras el otro aún invadía la pista de vuelos.
Como también fue determinante el fallo en las comunicaciones entre la torre de control y los pilotos de ambos aviones. Según los investigadores del accidente, es más que probable que una de las órdenes emitidas desde el centro de control no fuera convenientemente interpretada en ambas cabinas de mandos.
La torre de control autorizó a uno de los aviones siniestrados a acceder a la pista, pero el comandante del otro aparato entendió que se le autorizaba el despegue a él e inició la maniobra sin confirmar con la torre la orden. Según lo recogido en la caja negra, el copiloto del avión, quien sí pareció darse cuenta del error, trató de alertar al comandante de su aparato, pero éste mantuvo su decisión de despegar.
Muchas otras hipótesis, como el cansancio de las tripulaciones, se han barajado en los informes sobre las causas. Pero lo único absolutamente cierto es que a las 17.06 horas el cielo de La Laguna, el municipio que acoge las instalaciones aeroportuarias, se tiñó de rojo y así permaneció hasta las tres y media de la madrugada del día siguiente.
Los 55.500 litros de combustible del avión de KLM, que aprovechó la espera para repostar el queroseno necesario para volver a Holanda, fueron decisivos en el alcance de la tragedia: ni un sólo superviviente entre los que se encontraban en esa aeronave. Los bomberos no conseguían acercarse al lugar de las llamas a causa de las elevadas temperaturas, sólo podían mirar desde la distancia lo que sucedía.
El avión holandés, en plena carrera de despegue sin contar con la autorización pertinente, chocó primero contra el ala del de Pan Am y luego, en un intento desesperado, consiguió levantar el vuelo apenas unos metros y arrasó la cubierta superior del otro avión, desplomándose entonces y provocando la muerte a 321 ocupantes del avión norteamericano.
En total, 583 fallecidos. Poco después del suceso, Tenerife puso en marcha su segundo aeropuerto, el Reina Sofía, en el sur de la isla, reservando Los Rodeos para los vuelos interinsulares.
En la actualidad, y con notables mejoras en las ayudas a la navegación aérea, Tenerife Norte Los Rodeos vuelve a estar abierto al tráfico nacional e internacional, y se consolida como una de las apuestas más decisivas para el turismo en la zona.
A raíz del siniestro en Los Rodeos cambiaron las normas de seguridad de los aeropuertos de todo el planeta. Los protocolos de comunicación entre las torres de control y los aviones se hicieron mucho más estrictos y completos. Además, en la formación de los pilotos y de la tripulación se incluyen desde entonces cursos específicos de psicología y liderazgo para sacar máximo rendimiento a la función de todo el equipo.
Fuente: Diario El Mundo. Foto EFE
-Reportaje del accidente
-Transcripción de las conversaciones entre pilotos y torre de control
-30 AÑOS DEL PEOR ACCIDENTE AÉREO DE LA HISTORIA
-Los Rodeos. Sombras en la niebla (1/3) (2/3) (3/3)
En Tenerife llovía, la visibilidad era escasa. No obstante, los aterrizajes y despegues se desarrollaban con normalidad hasta que, como consecuencia de la llegada de los vuelos desviados, pronto se saturaron las zonas de aparcamiento y los aviones tuvieron que ser aparcados en las calles de rodadura.
Fue eso lo que sucedió con los dos 'Jumbos' siniestrados. Con los accesos a la zona de despegue bloqueados por otras aeronaves, se vieron obligados a utilizar la pista principal para ubicarse en la posición idónea para el despegue una vez que el tráfico con Gran Canaria fue restablecido.
Esta circunstancia, sin ser del todo irregular, resultó determinante para que se produjera el accidente. Con baja visibilidad a causa de la bruma, ni las tripulaciones de los dos aviones ni los controladores aéreos pudieron confirmar a tiempo que uno de los dos había comenzado su carrera de despegue mientras el otro aún invadía la pista de vuelos.
Como también fue determinante el fallo en las comunicaciones entre la torre de control y los pilotos de ambos aviones. Según los investigadores del accidente, es más que probable que una de las órdenes emitidas desde el centro de control no fuera convenientemente interpretada en ambas cabinas de mandos.
La torre de control autorizó a uno de los aviones siniestrados a acceder a la pista, pero el comandante del otro aparato entendió que se le autorizaba el despegue a él e inició la maniobra sin confirmar con la torre la orden. Según lo recogido en la caja negra, el copiloto del avión, quien sí pareció darse cuenta del error, trató de alertar al comandante de su aparato, pero éste mantuvo su decisión de despegar.
Muchas otras hipótesis, como el cansancio de las tripulaciones, se han barajado en los informes sobre las causas. Pero lo único absolutamente cierto es que a las 17.06 horas el cielo de La Laguna, el municipio que acoge las instalaciones aeroportuarias, se tiñó de rojo y así permaneció hasta las tres y media de la madrugada del día siguiente.
Los 55.500 litros de combustible del avión de KLM, que aprovechó la espera para repostar el queroseno necesario para volver a Holanda, fueron decisivos en el alcance de la tragedia: ni un sólo superviviente entre los que se encontraban en esa aeronave. Los bomberos no conseguían acercarse al lugar de las llamas a causa de las elevadas temperaturas, sólo podían mirar desde la distancia lo que sucedía.
El avión holandés, en plena carrera de despegue sin contar con la autorización pertinente, chocó primero contra el ala del de Pan Am y luego, en un intento desesperado, consiguió levantar el vuelo apenas unos metros y arrasó la cubierta superior del otro avión, desplomándose entonces y provocando la muerte a 321 ocupantes del avión norteamericano.
En total, 583 fallecidos. Poco después del suceso, Tenerife puso en marcha su segundo aeropuerto, el Reina Sofía, en el sur de la isla, reservando Los Rodeos para los vuelos interinsulares.
En la actualidad, y con notables mejoras en las ayudas a la navegación aérea, Tenerife Norte Los Rodeos vuelve a estar abierto al tráfico nacional e internacional, y se consolida como una de las apuestas más decisivas para el turismo en la zona.
A raíz del siniestro en Los Rodeos cambiaron las normas de seguridad de los aeropuertos de todo el planeta. Los protocolos de comunicación entre las torres de control y los aviones se hicieron mucho más estrictos y completos. Además, en la formación de los pilotos y de la tripulación se incluyen desde entonces cursos específicos de psicología y liderazgo para sacar máximo rendimiento a la función de todo el equipo.
Fuente: Diario El Mundo. Foto EFE
-Reportaje del accidente
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