Las dos Italias - Caos y decadencia de una nación


El prolongado conflicto de la recolección de basura en Nápoles se inscribe en un proceso de crisis de la representatividad política y de apatía social generalizada, mientras la derecha del primer ministro Silvio Berlusconi promueve medidas extremas contra la inmigración. Como paisaje de fondo, el manejo mafioso de los negocios públicos y la herida central que parte a Italia entre un norte desarrollado y próspero y un sur de características tercermundistas. Lejos de morigerarse, estas enfermedades políticas estructurales azotan cada día más a la península.
“Ya sólo una mirada externa puede ver y denunciar la degradación civil y moral de nuestro país”, escribe el sociólogo Marco Revelli. “Lo hemos visto muchas veces en el feroz siglo XX: sucede en ocasiones que un pueblo, una nación, un sistema institucional decaen súbitamente, se pierden a sí mismos (1).” Buscar una definición para el mal momento por el que atraviesa Italia se ha vuelto un desafío de moda entre intelectuales, sociólogos y periodistas italianos. Y todos están de acuerdo en que lo más preocupante no son tanto las medidas del gobierno que triunfó en las elecciones de abril (algunas de las cuales, como la política inmigratoria, han provocado reclamos de la Unión Europea y de la ONU) (2), sino la ausencia de una reacción civil: la disociación tangible, sin precedentes, entre la gravedad de los acontecimientos italianos de los últimos meses y la apatía que se respira en el país.
Cuando Revelli escribe que ya sólo fuera de Italia se denuncia el abismo civil hacia el cual se encamina la nación, no está usando una hipérbole; dentro de Italia, no ocurre nada. La izquierda radical está humillada por el resultado electoral –que ha excluido a los comunistas del Parlamento por primera vez en sesenta años de historia republicana–, y la oposición parlamentaria limita sus contenidos políticos a un antiberlusconismo centrado exclusivamente en la figura del Primer Ministro, en lugar de centrarse en lo que ella significa para la sociedad. A su vez, esa sociedad ha elegido un Parlamento marcadamente de derecha, empujada por sus propios temores: desde la crisis económica hasta la difícil integración de los inmigrantes, pasando por la precarización del trabajo. Completa el cuadro una prensa que, cuando no exalta los peores instintos de los ciudadanos, no hace nada por contrarrestarlos. Es difícil saber si aún existe algo capaz de detener la caída del país; y resulta imposible si no se rastrea en el pasado el inicio de esta caída, leyendo entre líneas el presente.
El sur, vertedero del norte
Así puede leerse, por ejemplo, el hecho de que Berlusconi haya elegido como primer banco de pruebas de su gobierno la ciudad de Nápoles y el problema de la basura, que ha merecido la atención periodística de medio mundo. “Nápoles es una plaza difícil”, advierte el escritor napolitano Erri de Luca. “Nápoles es inexpugnable precisamente porque no tiene defensas naturales: la inexpugnabilidad se ha trasladado a sus habitantes (3).” No es casual que justamente en Nápoles, con sus delegados y comités contra los nuevos vertederos anunciados por el gobierno para resolver la emergencia de la basura, se haya formado, en contradicción con la tendencia nacional, una cotidiana y visible oposición al gobierno. No es casual, porque la situación de Nápoles y de la Campania involucra tres aspectos fundamentales de la situación italiana de hoy: el fantasma no resuelto de la diferencia entre norte y sur, la crisis de representación política y la función de la emergencia como dispositivo para legitimar el autoritarismo del gobierno.
Es un hábito de gran parte de la prensa italiana reducir el drama a una turbia cuestión meramente local, hija de una “napolitanidad” estereotipada, definida negativamente como ausencia de sentido cívico, de sentido del Estado e incluso de sentido de la higiene. La verdad, sin embargo, es que las causas profundas de la emergencia de la basura incumben al país entero e involucran responsabilidades políticas de toda clase, reabriendo una antigua herida que cada gobierno de turno cíclicamente remienda como puede: la herida que corta a Italia en dos, entre el norte que vive en la opulencia y el sur que se mueve a los tropiezos.
A ciento cincuenta años de la unidad de Italia, esta herida parece cada vez más lejos de cicatrizar. En palabras del escritor Ermanno Rea: “Mil fantasmas agitan el oscuro fondo de nuestro país. Acechaban ocultos en el inconsciente colectivo y ahora un golpe de viento –¿de qué otro modo llamarlo?– los ha despertado”.
Uno de los aspectos más interesantes de la emergencia de la basura en Nápoles es cómo ha vuelto a sacar a luz el vínculo, jamás interrumpido por completo, entre las altas esferas de la política italiana y el crimen organizado. De esta complicidad, en el caso de los desechos, se conoce incluso el lugar y la fecha de bautismo. En febrero de 1991, en el restaurante La Lanterna de Villaricca (en los extremos suburbios napolitanos), se encontraron los jefes de los clanes más potentes de la camorra, el funcionario de Medio Ambiente de la provincia de Nápoles, y Gaetano Cerci, dueño de una empresa de tratamiento de residuos, además de miembro de la masonería y amigo de Licio Gelli (el jefe de la logia P2 (4), que no estaba presente, pero a quien Cerci llamó varias veces en el curso de la entrevista, como lo prueban las escuchas telefónicas de la fiscalía) (5).
El motivo del encuentro fue establecer un pacto entre la camorra de la Campania y los industriales del norte de Italia que querían reducir los costos de tratamiento de residuos tóxicos de sus fábricas. La masonería, con sus valiosos contactos, hizo de intermediaria entre los dos mundos. Algunos políticos locales, pertenecientes sobre todo al ex Partido Liberal Italiano, cuyos adherentes confluirían luego en la Casa delle Libertà, el movimiento político de Berlusconi, garantizaron que nadie obstaculizaría los trabajos de la camorra. Así fue cómo la Campania se transformó, a todos los efectos, en el vertedero del norte industrial, cuyos empresarios, bajando los costos de tratamiento de residuos, aumentaban enormemente sus ganancias, ampliaban sus compañías y reclamaban creciente mano de obra. Esta necesidad era satisfecha con frecuencia por los propios meridionales, que emigraban de un sur hundido en la desocupación. Si la dirección de los desechos industriales, a menudo tóxicos, era de norte a sur, la de los seres humanos era la inversa, profundizando una desigualdad cada vez más insuperable.
Asimismo, el hecho de que los vertederos legales (además de los miles y miles de ilegales) fueran llenados con residuos tóxicos tratados ilegalmente provocó una precoz saturación. Para postergar al máximo el final de este negocio, la camorra entre tanto había saboteado la recolección en la ciudad, intimidando a las empresas que se ocupaban de ello o directamente sustituyéndolas. Otra estrategia muy eficaz era la de convencer a la gente exasperada de quemar las montañas de desechos en la calle: gracias a las espectaculares hogueras de basura la emergencia adquiría un aspecto perturbador –sobre todo desde el punto de vista mediático– y se le pedía al Estado que desembolsara millones a través de licitaciones apresuradas, las cuales terminaban casi siempre llenando los bolsillos de la criminalidad organizada y de la clase dirigente corrupta.
Ésta ha sido hasta hoy la forma de la “emergencia de la basura”, que comenzó oficialmente hace 14 años, cuando el gobierno instituyó una comisión especial sobre residuos que respondía al prefecto de Nápoles y al presidente de la región. Desde entonces, nada menos que once comisionados se han sucedido y cada una de las administraciones le ha costado al Estado miles de millones de euros, mientras la situación sólo ha empeorado.
Uno de los hombres más golpeados por las investigaciones judiciales fue Antonio Bassolino, hombre símbolo de la izquierda “ética” y de la lucha contra la criminalidad organizada, dos veces alcalde de Nápoles y comisionado especial sobre residuos entre 2000 y 2004, mientras se desempeñaba también como presidente de la Región Campania. Desde 2007 Bassolino es indagado por estafa en perjuicio del Estado y en adquisiciones públicas. En este sentido es oportuno subrayar que el centro izquierda en Italia, aun más vaciado cada vez de identidad y contenidos con los cuales oponerse a la derecha, al menos gozaba de una imagen de baluarte de la ética, o al menos de mayor honestidad que sus adversarios políticos.
La “traición” de Bassolino ha quitado a la izquierda también ese resto de identidad y desbaratado la poca confianza que los napolitanos habían vuelto a depositar en las instituciones: “Aquí nadie confía en el Estado”, explica Pietro, joven militante de una agrupación contra los vertederos. “La gente tiene la sensación de haber recibido del Estado más problemas que otra cosa.”
Un caos planificado
Por lo demás, ¿qué confianza podrían tener los napolitanos en instituciones que son las primeras en violar las reglas? El criterio de la emergencia se ha desarrollado como el modus administrandi por excelencia en todo el sur. “La situación dramática de hoy no sólo fue posible por la falta de honestidad de la clase política, sino que en muchos aspectos ha sido deliberada, planificada”, explica el padre Zanotelli, un sacerdote comboniano, residente en Nápoles desde hace seis años. Coincide con él la fundación Vida Silvestre italiana, que en un comunicado se expresa así: “Lo que sucede estos días es el fruto de una estrategia de emergencia creada especialmente para llegar a soluciones extremas, soluciones ya decididas desde el comienzo para garantizar el negocio de los desechos” (6). No es casual que el primer Consejo de Ministros de la nueva era Berlusconi haya tenido lugar precisamente en Nápoles.
Desde este escenario ha sido lanzado el nuevo decreto sobre desechos que, en nombre de la emergencia, legaliza el tratamiento de residuos que antes estaban prohibidos (7), crea una procuración ad hoc, y sobre todo contiene una advertencia clara: ninguna tolerancia hacia quienes disienten con las decisiones del gobierno: “Ahora el Estado existe: los italianos tienen derecho a no tener miedo”, ha declarado Berlusconi (8). Los lugares elegidos para los nuevos vertederos serán controlados por el ejército en cuanto sitios de interés estratégico, y se establecen penas de cinco a diez años contra quienes se organicen para boicotearlos. Lo cierto es que los napolitanos conocen su propio territorio y a quien lo gobierna de facto: saben bien que si se realizan los vertederos, apenas se apaguen los reflectores meterán mano sobre ellos los conocidos de siempre, los que han hecho negocios sobre 14 años de “emergencia”.
A pesar de que el cuadro es escalofriante, llama la atenció¬n el hecho de que la ciudad de Nápoles se haya levantado masivamente contra la clase política. En el peor de los casos el silencio es parte de la complicidad con alguna de las castas que ha lucrado con el perjuicio del sur; pero en general se trata de mera resignación. “Después de quince años de estar en la misma situación, el interés del resto de Italia y del mundo nos deja incrédulos. Tan incrédulos que, cuando vienen desde todo el país a manifestar por nosotros... nosotros nos vamos a la playa”, explica Elvira, una joven fisioterapeuta napolitana.Pero no es así para todos. “En Italia ha sido elegido un nuevo monarca por un plebiscito”, dice el escritor Erri de Luca, entrevistado por el Dipló sobre el drama de su ciudad. “Pero bolsones de república se están reconstituyendo precisamente a partir del drama de los desechos.” Es realmente ejemplar el caso de Chiaiano, el barrio de la extrema periferia de Nápoles donde debería surgir un megavertedero y donde ha nacido un nutrido comité que se opone a éste, y ha hecho hablar de él durante varias semanas, bloqueando todas las calles de acceso al barrio.
Nápoles, ¿la Italia que vendrá?
“No pagaremos por vuestros errores”, dice una pancarta que cuelga de un balcón en Chiaiano.
Chiaiano, Marano, Pianura, Acerra; sitios en los que, espontáneamente, como por una reacción alérgica, la sociedad se ha rebelado contra las decisiones tomadas desde arriba para resolver el problema. Los acusan de ser la enésima variación del efecto NIMBY (Not in my back yard): es posible que las rebeliones nazcan así, pero casi siempre se encaminan hacia propuestas concretas para resolver el conjunto del problema de los desechos. “No hablamos sólo del drama que sufrirá Chiaiano si viene aquí el vertedero”, explica Fabrizio, un joven del comité de Chiaiano. “Hablamos del deber de consumir menos y de manera más inteligente. Hablamos de la superación del ciclo industrial de los desechos, que debe ser reemplazado por el del reciclaje: estamos organizando la recolección diferenciada desde la base para demostrar que es posible”, explica Fabrizio. Parte de la prensa intenta desacreditar a estas agrupaciones sosteniendo que detrás de la rebelión se esconde la camorra; pero es importante reflexionar sobre el hecho de que la camorra tendría muy poco que ganar con el paso del ciclo industrial al del reciclaje. Más aún, si es cierto que los clanes han apoyado de algún modo la protesta, es posible más bien que lo hayan hecho para alimentar el sentimiento antiestatal del que se alimentan, y para recuperar porciones de consenso popular perdidas por la contaminación de las tierras en las que han actuado criminalmente.Los comités contra los vertederos y las centrales de incineración no gozan de ninguna simpatía por parte de las instituciones, más bien porque, habiendo nacido en el seno de la crisis de representación, podrían ser los albores de una nueva era de construcción política.“Desde el comienzo de esta crisis hemos dejado de lado las divisiones partidarias... y nos hemos transformado en un concejo social”, dijo el presidente del pequeño concejo del municipio de Marano (9), afectado junto a Chiaiano por la construcción del vertedero. Cada uno de los miembros de este concejo ha roto con las autoridades del propio partido, adhiriendo al “Jatevenne!” (“¡Váyanse!”, en dialecto napolitano) gritado por la sociedad a toda la clase política, de derecha a izquierda, involucrada en el escándalo. Estos conflictos (que en Italia ya se han visto en la oposición a la construcción de la línea ferroviaria de alta velocidad, sobre todo en el norte) se pueden entender como reacciones alérgicas locales, útiles para manifestar el malestar contra todo el sistema. Ciertamente, nadie puede decir cómo se articularán en el futuro, y si realmente tendrán alguna influencia en los tiempos oscuros para los que Italia se prepara. Pero tras la inercia generalizada que provocó el fracaso electoral, es agua en el desierto: la única palpitación audible en el silencio general. Y la izquierda deberá recomenzar por algún lado.♦
Fuente: Le Monde diplomatique No. 16, Agosto 2008
-Quince mil toneladas de basura se acumulan en Nápoles por el cierre de dos vertederos-
-La Camorra
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-La otra cara - Milán

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